Extreme Terrorism and its
Paradoxical Psychological Lessons
, por Dr. Luciano Peirone

New National Prioritis Require Balanced Time Perspectives por Dr. Philip G. Zimbardo

Seducción y Destrucción, por Lic. Laura Billiet

Faceless Terrorism as Creative Evil or Opposing Terrorism by Understanding the Human Capacity for Evil, por Dr. Philip G. Zimbardo

El legado mental del terror

Dr. Leslie Beyer-Hermsen, miembro de la División 48 de la APA, Psicología de la Paz, nos recomienda visitar la página web de Tolerance.org

"Psychology mobilizes to help a nation in pain". Documento de la American Psychological Association

"The nation in shock". Documento de la American Psychological Association

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Desconfianza, Estigmatización y
Venganza

Jorge Manzi, Doctor en Psicología Social,
Pontificia Universidad Católica de Chile

Los horrendos atentados del martes 11 de septiembre en Nueva York y Washington, masificados instantáneamente a través de los medios de comunicación, quedarán registrados en la memoria individual y colectiva de gran parte de la humanidad. Su gran visibilidad, su dramatismo y el acceso a múltiples imágenes de los acontecimientos, los transformarán en referentes inescapables para analizar la realidad, y serán la base de nuevas adaptaciones en múltiples planos. En estas líneas me concentraré en los efectos psicosociales de los hechos, aunque es evidente que muchas otras consecuencias se harán manifiestas en el tiempo venidero, en el plano económico, político, social, en las relaciones internacionales, etc., sin considerar los efectos más focalizados que experimentarán sectores específicos de la actividad económica, como la industria aérea, la construcción, los seguros, etc.

En el plano individual, las secuelas inmediatas más evidentes de estos hechos, que incluso se han manifestado en espectadores no directamente relacionados o afectados por los hechos (como puede ser el caso de muchos de nuestros conciudadanos), responden al patrón característico del stress post-traumático: una emocionalidad intensa (muchas veces acompañada de miedo o irritabilidad), reaparición frecuente de memorias traumáticas, alteraciones del pensamiento y la conducta (especialmente dificultades de concentración y para tomar decisiones, especialmente ante situaciones nuevas o complejas), aparición o agravamiento de síntomas físicos, así como alteraciones en las relaciones interpersonales.

Sin embargo, las consecuencias potencialmente más dañinas de estos acontecimientos se encuentran, en mi opinión, en la esfera social, puesto que en este plano es posible que las secuelas sean más persistentes que las individuales (excluyendo naturalmente el caso de las víctimas directas). En el plano colectivo, los hechos del martes 11 aumentarán la importancia de dos importantes dimensiones de la vida social: la seguridad y la desconfianza. Es evidente que lo ocurrido en las torres gemelas de NY ha provocado un generalizado sentimiento de inseguridad colectiva, puesto que verdaderos símbolos del poder y la seguridad se derrumbaron ante la impotencia de millones de espectadores. ¿Qué nos traerá esta colectiva sensación de vulnerabilidad? La reacción más previsible es el refugio en los símbolos sociales de la protección y seguridad, que son primariamente los grupos a los que todos pertenecemos, en los cuales las reglas de lealtad nos proveen de una razonable tranquilidad. Esto quiere decir que se intensificarán los sentimientos de identidad con las agrupaciones sociales a las que pertenecemos, sean éstas grupos étnicos, nacionales, religiosos, etc. Este fenómeno, por lo demás, vendrá a reforzar una tendencia que ya estaba en curso en la última década, puesto que el proceso de globalización había conllevado un proceso compensatorio (para muchos paradojal), que estaba implicando la intensificación de las identidades intermedias, tales como las antes mencionadas (y con ello, una agudización de conflictos étnicos, religiosos o internacionales, como hemos también apreciado, incluso en nuestro país).

Por otra parte, la desconfianza resulta una adaptación también fácilmente previsible, especialmente en el caso de un ataque que al día de hoy no tiene un origen claramente establecido. ¿Qué significa un aumento de la desconfianza en el contexto que nos interesa? Dos son las consecuencias fundamentales: una es una sensibilidad aumentada a señales precursoras de amenaza o peligro, que se asocia a una disposición hipervigilante y suspicaz, que facilita la percepción intenciones conspirativas en las acciones negativas de otros. Este patrón de funcionamiento mental ha sido denominado cognición paranoídea (aunque no implica una alteración psicopatológica). La otra consecuencia, más preocupante aun, es el agravamiento de las actitudes y conductas negativas dirigidas contra miembros de grupos distintos del propio, especialmente de integrantes de grupos tradicionalmente estigmatizados. Esto significa que fenómenos como la discriminación, prejuicios, xenofobias y violencia intergrupal serán mucho más probables a partir de ahora. Todos sabemos lo difícil que ha sido luchar contra estos males, que están detrás de muchos de los grandes conflictos contemporáneos. El mayor logro había sido hasta ahora, reducir la legitimidad de este tipo de actitudes o conductas. Desgraciadamente los hechos del martes 11 conllevan un gran riesgo de otorgar renovada legitimidad a tales reacciones negativas.

Así, en el nuevo ambiente que se ha creado, hay un serio riesgo que valores democráticos fundamentales como el pluralismo y la tolerancia se vean opacados por la natural tendencia de la sociedad a refugiarse en la seguridad que otorgan las identidades sociales primarias. Esperemos que nuestros líderes sepan apreciar con oportunidad y responsabilidad los riesgos que enfrentamos si nos dejamos arrastrar con facilidad por el camino de la desconfianza, la estigmatización y la venganza.

Con autorización del autor para ser publicado en la página web del Colectivo Psicología y Desarrollo Nacional.